“Dolor y gloria” narra la historia de Salvador Mallo (Antonio Banderas, en la que muy probablemente sea una de las mejores actuaciones de su carrera como un claro alter-ego almodovariano), un director que ha conocido épocas de gloria y hoy está prácticamente retirado, mientras lucha -entre otros flagelos- contra insoportables dolores en la espalda y la cabeza que lo han sumido además en una profunda depresión que lo ha inmovilizado en más de un sentido.
Dolor y gloria es una historia dura, emotiva, poderosa e intimista a la vez, que aborda cuestiones como la degradación física, la vejez, la relectura y resignificación de distintos momentos clave de la vida personal (desde las experiencias iniciáticas de la infancia hasta la forma de lidiar con la muerte de la madre). Además de la posibilidad de reencontrarse con los demás y con uno mismo.
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Dato extra: la película -un nostálgico canto al amor maternal, al poder del cine y a los amores perdidos- tiene múltiples conexiones con la Argentina: desde el esencial papel de Sbaraglia (un ex amante de Salvador durante tres años en su juventud) hasta una participación especial de Cecilia Roth, el diseño de Juan Gatti, la dirección de arte de María Clara Notari y hasta un fragmento de “La niña santa”, de Lucrecia Martel, que los protagonistas ven en televisión.